🔥Relato Erótico de Incesto: El Misterio del Incesto. ❌Sin Censura❌

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Fecha: 2021-12-03


El Misterio del Incesto.


Autor: LUIS253

Categoría: Incesto

Este es mi primer relato. Muchas Gracias.. El incesto es un misterio. Todo lo prohibido nos atrapa y nos atrae. Nos llama la atención aquello que se nos prohíbe y por eso mismo nos interesa todavía más. Si el sexo como tal es un enigma, el incesto que es el sexo en el territorio prohibido de la familia donde está el supuesto amor pero no el sexo, lo es mucho más. Empecé a ver a mi madre como un objeto de deseo cuando la adolescencia nos dispara y, poco a poco, se fue convirtiendo en deseo. Mi madre, una mujer madura pero de cuerpo firme y que aún marcaba unas caderas pronunciadas y visibles, de grueso culo, de piernas esbeltas y pecho grande y bello rostro de pelo rubio corto hasta los hombros solía pasearse con poca ropa delante de mi con desenfado y alegría. Mis masturbaciones y fantasías dieron paso a la tentación y al atrevimiento. La aventura de seducirla excitaba más que el sexo conseguido, como con toda mujer, pero a este hecho se unía el de ser mi madre. Poco a poco fui urdiendo mi plan. Decidí hablar cosas de sexo, preguntas, comentarios. Con un miedo indecible y un temblor hasta en la voz aquellos primeros pasos obtuvieron una sorpresa inicial y después una respuesta afirmativa ya que ella veía en mi edad algo normal que hiciese esas preguntas. poco después mis preguntas se mezclaron con preguntas hacia su vida personal en el sexo, halagos, gestos, piropos y un acercamiento físico junto a las preguntas hasta que un día la agarré de la cintura y otro del hombro Todo llevó un tiempo, un tiempo muy largo. Sus miradas cambiaron hacia mi, más suaves, más confidenciales y su posible recato en pasar delante de mi en bragas o en camisa desapareció hasta que parecía mostrar sus piernas y su cuerpo, con algún botón desabrochado de su camisa, no sólo con desenfado sino con cierta picardía. Nuestras conversaciones iban a más y sin tapujos por lo que pasamos a ser como amigos en nuestro hablar del sexo. Una noche oí unos gemidos y vi a mi madre masturbarse en su habitación adivinando tan solo sus piernas y unos pies dulces y alargados que se movían suavemente. Marché rápido para que ella no me viese. La vida transcurría normal, sin problemas, junto a mi padre. Temía, por mi edad, que él ya lo supiese todo, que mi madre le contaba mis conversaciones, pero no era así y no vi nunca algún gesto o palabra extraña. En una de ellas así se lo hice saber que me tranquilizó pues me dijo que nada le diría a mi padre. Siempre me atrajeron los pies y los zapatos de las mujeres. Mi temprano fetichismo veía en aquellos algo misterioso, fascinante, atractivo y sensual. Mi madre, al venir del trabajo, calzaba bellos tacones o elegantes sandalias. Después caminaba descalza por la casa. Un día se produjo el salto definitivo en nuestra relación donde vi la oportunidad de cumplir no ya sólo mi fantasía sino mi abierto deseo. Al llegar por la tarde mi madre dijo que la dolían los zapatos. Algo tan común, tan visto y tan elemental me despertó la chispa y, como meses atrás lo hice con las preguntas, decidí pasar a la acción fuese cual fuese el resultado. Con la voz temblando la propuse dar un masaje y, sorprendida, accedió. Ustedes pensarán que todo esto es muy común pero, para mi, entonces, era todo un descubrimiento, una aventura y un miedo terrible. Pasamos a la habitación sentándose en la cama. Con las manos como flanes toqué por primera vez los tobillos y el empeine de mi madre cuya piel provocó una sensación de gusto y sorpresa. Por fin me dije, pero, por fin qué si nada había hecho y no sabía ni qué iba a pasar ni cómo iba a terminar todo. Mi masaje, primero con un pie y luego con el otro, continuo quitando un zapato que quedó colgando de sus dedos y luego el otro lo que me permitió llegar a sus plantas, el arco, los talones. -Tengo que descalzarte si quiero seguir. -Claro que puedes. La descalcé y seguí con mi masaje confiado, suave y fuerte. -Qué bien lo haces. -Te gusta. -Mucho. Es muy agradable. Su expresión había cambiado y exhaló algún gemido suave. Subí mis manos hasta sus rodillas. Me levanté y me acerqué a su espalda y allí comencé a tocar sus hombros, su cuello, su espalda. Mi madre movía la cabeza con gusto y aprobación. Poco a poco se dejaba ir. Así que decidí dar un paso más audaz y bajé más por su espalda y, sobre todo, por el pecho. -Bueno. Ahí no -dijo sonriendo-. Pero yo sonriendo también acaricié sus pechos con la camisa puesta con suavidad. Protestó, se quejó, hizo algunos gestos de marcharse pero mis caricias iban a más con suavidad y fuerza. Volví a los pies y de ahí subí más por las piernas hasta la cintura. -Esto no son los pies. ¿ No crees que te estás pasando un poco ?. -Yo creo que no. ¿Te gusta?. -Es muy agradable pero me lo das tu y me corta un poco. Allí la dije de nuestras conversaciones pero ella me dijo que esto no era hablar a lo que la contesté que era la práctica de lo que habíamos hablado lo cual la hizo reír. Su mirada era alegre y encendida y su rostro mostraba ya signos de excitación. Ella tenía que negarse y no admitir que la gustaba y excitaba lo que la estaba pasando reprimiendo su deseo. Era una lucha contra ella misma pues yo era su hijo. Por mi parte no tenía esos miramientos pues era por ser mi madre lo que más me excitaba. -A ver si te gusta esto la dije y comencé a besar los dedos de sus pies y el pie entero, después a chupar y lamer sin dejar de acariciar. Se río diciendo qué hacía y que lo dejase. Unos minutos después cesó sus protestas y gemía de placer. Volví a la espalda y bajé con más fuerza por su pecho ya por dentro hasta que acaricié sus tetas con el sujetador puesto con fuerza. Ella se quejó y agarró mis manos para soltarlas. Decidí hablarse al oído con halagos y besé levemente su cuello y soltó mis manos de sus pechos. -Esto no está bien. Búscate novia a tu edad. Desabroché su camisa quedando tan solo con ropa interior. Masajeaba sus tetas hasta que ella misma se quitó el sujetador lo cual me llenó de una alegría enorme pues veía que estaba consiguiendo poco a poco cumplir el deseo. La espalda, la cintura, los pezones, todo era apretado, tocado, las piernas. Derrotada mi madre se dejó caer en la cama con lo que pude atacar a placer. Faltaba el último paso; el decisivo. Me acerqué a sus bragas. Pasé mi mano por su vientre, las ingles y las rodillas. Se estremeció.-Ahí no- repitió varias veces. y comencé a acariciar con las bragas puestas y a medio quitar muy despacio y suave su coño que estaba completamente mojado. Hizo gestos de irse, de levantarse, que eran respondidos por mi con mayor fuerza y empuje. Hasta que se levantó de golpe. -Esto tiene que quedar entre nosotros. -En cuanto salga se lo digo a papá- la dije- y se echó a reír. Seguí acariciando su coño y ella no se cortó al gemir y jadear por lo que la quité las bragas con facilidad y allí estaba desnuda para mi. -No me podía imaginar esto de ti me dijo. -No me llevo bien con tu padre, ya sabes, y me dio un beso en la mejilla respondiendo por mi parte clavando mi mano en todo su coño al que empecé a frotar y sobar con fuerza. A la vez besaba sus tetas. Se retorcía de placer y al masturbar con mis dedos su clitoris y la vagina por fuera tuvo un primer orgasmo. Nos besamos. Se acercó a mis pantalones que bajó con rapidez y cogió con furia mi polla que parecía iba a arrancar de cuajo o a tragarse entera. Pasé mi miembro por todo su cuerpo, las tetas, las piernas, los pies, por fuera de la vagina. Desencajada me dijo que la metiese. Temblando y asustado, pese a todo, excitado e incrédulo por lo que estaba pasando pero presa de una exaltación y alegría enormes, introduje poco a poco en su vagina y aquella sensación dulce y agradable me sorprendió y casi me mareo. Después, primero despacio y luego más rápido, comencé a penetrarla mientras intentaba tocar su clitoris y sus tetas pero, por ser la primera vez con ella todo salía mal y sin orden. Apenas pude aguantar. La puse a cuatro patas y la penetré con más calma. Ella gemía, jadeaba y gritaba hasta que se corrió con espasmos cortos y breves. Yo la saqué. La besó con suavidad y se la metió con fuerza en la boca. Me quiero correr en tus pies la dije. Se tumbó y subió a media altura sus pies y masturbándome con ellos juntos con sus arcos no pude aguantar más que unos segundos corriéndome a lo bestia en ellos. Después mi madre y yo nos miramos a lo que siguió una sonrisa cómplice y un beso. -Ni una palabra-me dijo- Al día siguiente nada cambió en la casa. Tan solo que sus miradas hacia mi delante de mi padre eran más pícaras, confiadas y cómplices. Después hicimos el sexo muchas veces, ya con más calma, y no sólo el acto sexual sino muchas cosas más. Nuestra confianza era mayor entre nosotros y también nuestro cuidado de no ser pillados. Con el tiempo nuestro vicio incestuoso llegó a su hermana, mi tía, con quien hicimos un trío y, años después, mi mujer y mis hijas, quizás por mi perversa influencia, han sacado a las putas incestuosas que llevan dentro y a la zorra salida y viciosa que lleva dentro toda mujer. Pero eso ya son otras historias. Y es que si el sexo es un misterio el incesto lo es todavía más y provoca, quizás por lo prohibido, una excitación todavía mayor y, por ese carácter de prohibido, un placer todavía más intenso. Por que no hay nada como cuando en la mesa tu padre habla de política sentir como tu madre se descalza y pasa su pie por tu pierna como si nada mientras mira con mucho interés a tu padre que tampoco se entera de nada. Y a ti ese roce te abre el cuerpo y ese momento único e inigualable, perverso y prohibido, que es como una puerta que se rompe y te abre a otro mundo, te sabe a mermelada.


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